En las mañanas de abril y mayo de 2018, luego de frescas caminatas con una niña de tres años, Esteban Prado volvía solo y rumiaba versos hasta llegar a casa, donde pasaba en papel lo que persistía. En esos meses, escribió una novela juvenil y este poemario senil.

Duerme el puma pasó por numerosas lecturas amigas, hasta que los papeles se fueron juntando sobre la mesa y en algún momento dejaron de pertenecerle: sólo los había heredado de un tío lejano y querido. Con él sostuvo unas pocas charlas que bastaron para torcer su camino. Se trataba del viejo John Lewis W, a quien sus sobrinos llamaban sir, por algunos modales british que nunca quiso abandonar. Y este libro, los apuntes que había juntado a lo largo de su larga vida.